¿Cuántas veces habrá oído, querido lector, la frase “es para mi como un hijo”? Tal vez, incluso la haya empleado más de una vez … puede que cambiando el filial parentesco por uno fraternal, o paternal, o …
Siendo que, cuando empleamos el término, nos suele guiar un gran afecto hacia la persona objeto, me permitiría sugerir desde aquí que se guarden ciertas precauciones en su uso.
Si le sale del alma, dígalo, no se preocupe. Pero, por su bien, no insista demasiado en el tema. Verá por qué lo digo.
Hace un par de años y pico, mi esposa fue invitada a visitar Guinea Ecuatorial, por una amiga que, aunque de nacionalidad española, es nativa de ese país. Mi mujer, que es aficionada a viajar hasta el fanatismo, no pudo resistirse a la invitación y allá que fue. Fíjese el lector que no soporta la idea de las inyecciones (de hecho se pone mala con la sola mención de un pinchazo) y pasó estoicamente todo el protocolo de vacunación recibiendo más pinchazos que un toro de lidia, con tal de no perderse el viaje. Pero en fin, no es ese el tema.
La cosa es que una vez allí, conoció a toda la familia de su anfitriona entre la que se encontró a un muchacho de unos veinte años, quien le contó que no había podido consumar sus intenciones de estudiar por falta de medios en su familia y en su país en general. Mi señora, que además de viajera tiene vocación de ONG unipersonal, le dijo que si se atrevía a venir a España, ella le costeaba los estudios. Apunto entre paréntesis, que yo de todo esto, en el más depurado estilo Rodríguez: no tuve ni idea hasta su vuelta.
El muchacho aceptó y pocos meses después aquí estaba. Mi mujer comentaba orgullosa a los cuatro vientos que era como adoptar un hijo, incluso se lo dijo a él, que desde entonces se dirige a ella como “madre”.
Un buen día, estando el muchacho solo en nuestra casa, sonó el teléfono y él diligentemente lo atendió. Era una tía mía. Pero una tía de las importantes, de esas que le han visto nacer a uno, etc., etc.
Dígame – contestó el muchacho.
Hola. Preguntaba por Garfio. Soy su tía – contestó mi tía.
No está. Yo soy su hijo. Si quiere algún recado … - continuó él.
¡Uy! No. Me debo haber equivocado. El Garfio que yo digo no tiene ningún hijo mayor, solo una hija – se disculpó mi tía.
El muchacho, en vista del equívoco, intentó resolver la situación y …
No, no. Ha llamado usted bien – contestó – en realidad SOY HIJO DE SU MUJER.
Le ahorro al lector el resto de la conversación, que incluye un medio ataque de nervios de mi tía, quien, en cuanto colgó el auricular (mi tía es tradicional y usa un teléfono fijo), llamó a mi madre para pedirle explicaciones.
Así pues y a modo de moraleja, querido lector, demuestre su cariño y afecto cuanto quiera, pero calibre bien el alcance sus efusiones. Si no lo hace por usted, al menos hágalo por su tía.
Con Dios.