Lo cierto, querido lector, es que además de andar bastante liado últimamente, la falta de entradas a este bló, viene dada por una sequía de ideas que hace que, aunque desee escribir, no me venga la inspiración. En este orden de cosas, he decidido tirar de recuerdo y anécdota, para poner la nave un poco al día y ejercitarme en la escritura, a ver si así cojo ritmo.
En vista de que el artículo que escribí sobre una anécdota de mi servicio militar tuvo bastante buena acogida, voy a seguir el filón y le voy a describir a continuación unas escenas que dan explicación de por qué a (casi) nadie, por aquel entonces, le gustaba hacer la mili.
El primer mes y medio de servicio era el periodo llamado de instrucción en el cual se supone que debíamos convertirnos en soldados dispuestos a dar hasta la última gota de sangre por nuestra patria, tal y como al final de ese periodo jurábamos ante la bandera.
Básicamente, se trataba de enseñarnos a desfilar para el supremo acto final de
Unos días después, se nos indicó que había que proceder a la vacunación. Daba igual que uno dijese que llevaba la anti-tetánica al día, nos inyectaban toda la dosis para un año. La escena comenzaba, cómo no, desfilando hasta una explanada en la que se habían dispuesto unas mesas de tal forma que entre una y la siguiente había un pasillo. Pasábamos uno a uno por esos pasillos, nos deteníamos ante las mesas y tal cual nos colocaban una “banderilla” en cada hombro. Imagínese el lector que en un servicio en donde hay que entregar hasta la última gota de sangre, que se supone que te extraerán a balazos, los que alegaron que eran sensibles a las agujas no tuvieron demasiado eco. Resultado: quince o veinte reclutas rodando por los suelos tras recibir los pinchazos.
Y así, durante mes y medio, desfilando, corriendo de aquí para allá, disparando con fusiles que unos funcionaban y otros no (el mío disparaba tres balas en cada tiro, en lugar de una) y practicando todo tipo de ejercicios que no sé si calificar de surrealistas o de delirantes. Todo ello por el generoso salario de 846 pesetas mensuales (poco más de 5 €). Recuerdo al respecto que el coronel Manso (le juro que el tipo se llamaba así) nos dio una charla diciendo que en realidad era un sueldo simbólico ya que el servicio a la patria tenía que hacerse de forma altruista. Llegó a decir que no éramos nosotros los que habíamos tenido mala suerte por tener que hacer el servicio militar, sino que los desafortunados habían sido los que se habían librado por excedentes de cupo … carcajada general. Y es que por aquel entonces el ejército intentaba lavar su imagen dando sensación de modernidad, de transigencia, de diálogo con la tropa. De hecho, nos hicieron rellenar unos formularios para adecuar los destinos definitivos tras la instrucción, a las circunstancias de cada cual, tanto en cuanto a habilidades personales, como a posible cercanía del destino con la residencia habitual de cada soldado. Para que se haga el lector una idea de lo fiable del método un ingeniero en electrónica fue destinado a hacer de mamporrero a
Tras el acto de jura de bandera y después de mes y medio de instrucción, se nos envió a nuestros destinos definitivos para el resto del servicio militar. Pero eso es otra historia.
Con Dios.